jueves, 2 de febrero de 2012

la sociedad de la alegria de don bosco


Durante su permanencia en Chieri, Juan Bosco creó la “Sociedad de la Alegría”, un grupo juvenil con muchachos de la zona a fin de sacarlos de la mala vida de la calle y hacerlos más buenos. Así surgió un pequeño reglamento que expresaba: 1) Ninguna acción ni palabra que pueda avergonzar a un cristiano se debe hacer ; 2) Cumplir bien con los deberes escolares y religiosos y 3) Estar siempre alegres. Domingo Savio- su alumno predilecto- dirá más tarde; “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”. Los paseos, los juegos, las carreras, el canto y la oración eran expresiones de esta ¡”Sociedad de la Alegría”. Los miembros de esta simpática sociedad se reunían los domingos por la tarde para jugar, hacer acrobacias de Juan y escuchar sus palabras.



Los compañeros - sociedad de la alegría - mis deberes de buen cristiano.

Durante estos cuatro primeros años fui aprendiendo a tralar a mis compañeros de colegio. Los fui clasificando en tres categorías: buenos, indiferentes y malos.

Con los últimos, no había nada qué hacer sino, apenas los fuera conociendo, evitar en absoluto el trato con ellos. Con los indiferentes tratarlos sólo por educación o necesidad; con los buenos, si en verdad eslaba seguro de conocerlos, tener una relación familiar.

Al principio, sin embargo, cuando no conocía a nadie en la ciudad, no tuve confianza con ninguno. La mayor dificultad la tuve con aquellos que me era muy difícil conocer. Hubo, en efecto, quienes me invitaban al teatro a jugar.

Pero ocurrió que, siendo los más descuidados en sus deberes aquellos compañeros que buscaban arrastrarme y meterme en líos, también ellos quisieron que les hiciera la caridad de ayudarles en los estudios prestándoles o hacién-



doles los trabajos de clase. Esto disgustó al profesor quien me lo prohibió severamente ya que, favoreciendo la pereza, era, en verdad, un favor muy mal hecho. Hallé entonces una manera más útil de complacerlos, y consistía en darles explicación cuando hallaban dificultades y colaborar para que se pusieran al día. Así les daba un poco el gusto a todos y me ganaba el aprecio y el cariño de los compañeros.

o a nadar; y hubo quien me convidara a robar la fruta de los huertos caseros .' o en el campo.

5» Uno, bien descarado por cierto, me aconsejó quitar un objeto de valor a la dueña de casa para comprarme unos dulces. Logré quitarme de encima a estos pobres muchachos, evitando de todas maneras su compañía, no bien me daba cuenta de quiénes eran. De ordinario sacaba como disculpa que habiéndome mi madre encomendado a la señora Lucía, a quien, por otra parte yo apreciaba mucho pues era muy buena persona, había decidido no ir a ninguna parte, ni hacer nada, sin su consentimiento.

Esta obediencia a ella me granjeó que me confiara al único hijo que tenía. Un muchacho, por cierto, muy inquieto y juguetón, a quien le costaba el estudio. Aun cuando iba un año antes que yo, ella me encargó que le ayudara repasando con él las lecciones, y lo hice como si fuera mi hermano. Siempre por las buenas, estimulándolo con algún regalito o con algún entretenimiento casero y, sobre todo, llevándolo a las celebraciones religiosas, logré que fuera más dócil y aplicado, así que al cabo de seis meses, habiendo mejorado en la conducta y el estudio, el profesor, muy complacido, le confirió algunas menciones honoríficas en la clase. La madre quedó tan satisfecha que me dispensó de la pensión mensual.

Pero ocurrión que, siendo los más descuidados en sus deberes aquellos compañeros que buscaban arrastrarme y meterme en líos, también ellos quisierom que les hiciera la



cridad de ayudarles en slo estudios prestándoles o haciéndoles los trabajos de clase. Esto disgustó al profesor quien me lo porhibió severamente ya que, favorecienso la pereza, era, en verdad, un fabr muy mal hecho. Hallé entonces una manera más util de complacerlos, y consistía en darles explicación cuando hallaban dificultades y colaborar para que se pueiseran al día. Así les daba un poco el gusto a todos y me ganaba el aprecio y el cariño de los compañeros.

Comenzaron entonces a venir a jugar, luego, a oír mis historietas, después, a hacer las tareas escolares y, finalmente, venían porque sí, como los de Murialdo y Castelnuovo.

Para darles algún nombre a nuestras actividades acostumbrábamos llamarlas "Sociedad de la Alegría", que era una expresión muy apropiada ya que cada uno nos comprometimos a buscar los libros, compartir aquellos temas y divertirnos con aquellos pasatiempos que nos



ayudaran a estar alegres; y, por el contarlo, estaba prohibido todo lo que nos ocasionara tristeza, de modo especial lo que se oporí a los mandarimeots del Saeñor. En consecuencia, el blasfemo, el que pronunciara el nombre de Dios en vano o tuviera conversacines obscenas, era nmediatemanet expulsado de nuestra compañía.

Nos pusimos, pues de acuerdo con dotos esos muchachos, en que:


- Todo miembro de la Sociedad de la Alegría evitara toda conversación y todo comportamiento que desdiciese de un buen cristiano.

- Cumpliera con exactitud los deberes escolares y religiosos.

Fueron todas estas cosas las que contribuyeron a granjearme el aprecio de los demás, así que en 1832 ya mis compañeros me tenían por capitán de un pequeño ejército. Por todas partes me llamamben para animar las diversiones, para visitas a algunos alumnos en sus casas, u también para dae clase y hacer repasos en privado. De este modo la divina providencia me facilitaba la adquisición del dinero que nevecitaba para ropa , para maerial escolar, y para otros gastos que tuviera que hacer, sin necesidad de molestar a mi familia.




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